lunes, 24 de enero de 2011

Lunes 24 de enero de 2011

He tenido esto días la ocasión de contemplar la ciudad, mi ciudad, desierta, limpia y luminosa, arrumbada en un rincón de la noche. La he caminado y, en ese itinerario, la he visto desamparada, a merced de cualquier agresión. Nada humano ha alterado la dirección de mis elucubraciones y en mitad de una plaza he mirado abstraído la luz de una llama en el interior de un farol. Pensaba que ya no existía ese tipo de iluminación. Absorto en el crepitar de la llama he querido creer que se trata del fuego que robó Prometeo y que obra en poder de los hombres. Y que mi ciudad, silente hoy, alberga el honor de custodiar el fuego primero, que entre sus paredes calladas se movieron antaño los fastos de una primera historia, que ella fue la capital del ruido. He podido oír en la lejanía, quizá sólo en mi mente, el sonido de un carruaje deslizándose por una calle empedrada. He tenido esto días la ocasión de contemplar la ciudad.