martes, 28 de diciembre de 2010

Martes 28 de diciembre de 2010

            Caminar. Vuelvo a mi idea recurrente. Veo mis pies andando por un piso de asfalto; el calzado polvoriento implica que llevo tiempo haciéndolo. Llevo unas botas color mostaza, viejas y fuertes. Esta incesante actividad, que nunca me agota, es sueño, no lo dudo. En el entorno de mi paso firme flota un silencio grato, anterior a un misterio que habrá de desentrañarse en el futuro. Me circunda una luminosidad escueta, todo parece gris. En ese espacio onírico persigo un fin y no desfallezco: alcanzar la inocencia. Tengo claro que ésta, una vez entre mis manos, habrá de ser de color frío. Pero no sé si quiero estar libre de culpa o, quizá, saberme cándido, fácil de engañar. A priori la palabra en sí, sus sonidos, es lo que pretendo alcanzar. Persigo un símbolo, la idea que éste encierra puede que se descubra a sí misma después. Al fin para mí. Ahora mi obsesión es alcanzar la inocencia. La palabra. Azul.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Jueves 23 de diciembre de 2010

            Me resultó agradable sentir el frío intenso al caminar. Temerario o intrépido bajar del coche, abandonando el abrigo en el asiento del copiloto, con un jersey de escaso grosor. Sentía el empuje de un viento gélido en el pecho, en los dedos de la mano. Andaba con paso firme, resuelto, recreado en la idea de estar conmigo, acompañado de mi propia fuerza, solo. He decidido en esta mañana fría ponerme en valor, apostar por mí hasta la última de mis monedas. He imaginado la rojez de mi nariz y pómulos al entrar en un edificio cálido. La cabeza alta, la mirada al frente, conmigo, solo, confortado. Soy ese hombre admirado por mi mismo, he recuperado mi nombre.

martes, 21 de diciembre de 2010

Martes 21 de diciembre de 2010

Recuerdo con exactitud el día que decidí cambiar el rumbo de mi vida. Todo lo que me acontecía, mis intereses, mis sentimientos, mis sentidos, todo era convulso. Tanto que, viviendo en Villasperanza del Valle, no había reparado en la noticia del día. Fue luego, en una radio de difusión nacional, donde la oí. Algo que pasaba en mi ciudad y que me había pasado inadvertido alcanzaba tal repercusión que llegaba a los boletines informativos de ámbito nacional. Mientras, yo me lamentaba, encogido en un rincón, de mi escasa capacidad para afrontar la realidad.
Por eso recuerdo el día, por que el instante en que se encendió la luz en mi cabeza coincidió con el momento en que los bomberos desalojaban a aquella familia que había quedado atrapada por las fuertes lluvias en su domicilio; se habían inundado varias calles y aquella vivienda… pero ustedes conocen la historia.
Lo cierto es que ese día decidí ser feliz, alguien me había sugerido que para ser feliz sólo es preciso creer que se es. Nada más. Para empezar cambié de indumentaria, de vehículo, cambie de domicilio, hasta de ciudad, cambié también mi forma de ser, tuve la brillante idea de, en todas las referencias posibles, cambiar mi nombre de pila por el de Félix… pero no quiero molestarlos, ustedes conocen ya la historia.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Miercoles 15 de diciembre de 2010

            He salido a caminar con la intención ridícula de encontrar en ello la solución a no sé qué cosa que me ocurre. Hace frío. Me gusta sentir dolor en las fosas nasales al respirar. Algo en mi me empuja a lesionarme, anhelo expiar un pecado ignoto. No conozco el motivo, la génesis de esta culpa, sólo sé que es un peso bruto y sólido instalado en los párpados carentes ya lágrimas que hagan más llevadero el parpadeo. El camino es otoñal y gélido, urbano; la luz de una farola lejana cae sobre el asfalto, es blanca, desapacible, casi metálica. Adivino en su proximidad una placa en forma de flecha indicativa. En su interior probablemente esté escrita la palabra desesperación y con certeza la referencia a la distancia será mínima.
            Una avecilla blanca e inmaculada yace en el suelo, junto a mis zapatos. Muerta. Toda la pena que puedo sentir me la debo a mi mismo. Con indolencia la pateo. Siento su plumaje y carne acartonada por el frío, como si no fuera real, que nunca hubiera sido un ser vivo; y me aferro a esa idea: quizá soy un espectro de cartón piedra y esto que me acontece no es vida.   

jueves, 9 de diciembre de 2010

Jueves 9 de diciembre de 2010

Hoy no estoy, me he ido. Ando viajando por zonas ignotas de mi mismo. En las profundidades de una mente aturdida y ávida de respuestas que ella misma debe confeccionar. Ajeno al exterior. Sin sangre en el rostro. Blanco. Ausente. Incomunicado. Batallando con oscuros pensamientos. Pertrechado con dagas, espadas, venablos. Con las uñas. Mis dientes están apretados, las horas detenidas. Ausente. Fuera. No estoy. Pero no duden que volveré. No está en mi naturaleza la depresión.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Viernes 3 de diciembre de 2010

Más allá del vaho del vidrio identifico el amarillo grato del sol. Suena música en la radio. Se trata de una canción de las de toda la vida, de esas de las que no sabemos nada pero que tarareamos sin remedio; su melodía pegadiza y conocida me eleva el ánimo. No sé lo que dice pero se intuye la felicidad de la mujer que está detrás de esas palabras. Tuerzo en la rotonda y tomo un camino que me aleja de mi destino inicial. No sé en qué instante he tomado esa decisión, ni siquiera si he sido yo, pero el vehículo me lleva lejos de ese lugar. Ahora la persona que decide la música en la radio ha puesto una canción de Bjork: Venus as a boy. Si pudiera, en este instante, la besaría. Mi ánimo explora cimas elevadas. La tarde me fascina, parece limpia. A ambos lados de una calzada de cantos rodados y albero una hierba frondosa y de un verdor intenso conforma los dos andenes naturales de esta vía nueva, inexplorada. Lentamente el vehiculo se desliza hacia la puesta de sol. Sonrío en la soledad del habitáculo, quizá soy un cowboy. Yo siento que ese es un destino posible, un lugar cálido. He llegado a comprender que el trayecto es, en sí mismo, mi destino.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Miercoles 1 de diciembre de 2010

Las últimas nubes se han deshilachado. Distintos filamentos blancos, limpios, incorpóreos, se confunden con el intenso azul. Aún conserva la tierra toda la intensidad de la lluvia, la caricia del primer sol. Los charcos reflejan tímidamente la inmensidad del cielo, recogen trozos de su grandeza ahora apacible. Y fulguran. Brillan como una miríada de ojos luminosos en mitad de la tierra oscura. Huele a humedad, a hormigas. Por alguna razón sencilla, un impulso que no precisa explicación, resulta grato pasear. Caminar y contemplar la natural inmediatez de lo conocido, admirar el hecho de que todo ha sido purificado por la lluvia.