miércoles, 1 de diciembre de 2010

Miercoles 1 de diciembre de 2010

Las últimas nubes se han deshilachado. Distintos filamentos blancos, limpios, incorpóreos, se confunden con el intenso azul. Aún conserva la tierra toda la intensidad de la lluvia, la caricia del primer sol. Los charcos reflejan tímidamente la inmensidad del cielo, recogen trozos de su grandeza ahora apacible. Y fulguran. Brillan como una miríada de ojos luminosos en mitad de la tierra oscura. Huele a humedad, a hormigas. Por alguna razón sencilla, un impulso que no precisa explicación, resulta grato pasear. Caminar y contemplar la natural inmediatez de lo conocido, admirar el hecho de que todo ha sido purificado por la lluvia.

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