miércoles, 4 de julio de 2012

Miércoles 4 de julio de 2012


La paz es dejar la mente en blanco. Eso dice gente considerada sabia por otra gente que no lo es. Andaba meditando, como con frecuencia, sobre lo mucho que me preocupa el no poder impedir a veces ser nocivo para alguien a quien se quiere: te amo pero te causo dolor, no porque intervenga en tu vida de un modo activo, sino sencillamente porque existo. Sobre la conveniencia  de que, por vocación constructiva a pesar del vértigo que la idea me provoca, mi materia se desaglutinara en luz para que ese yo material e insano desapareciera, pongamos por caso, por la ventana de la casa que se orienta al sur, frecuentemente abierta para facilitar que la penetre el frescor. Ya ven, por procurar que se entendiera la magnitud de mi afecto estaba dispuesto a mi desintegración (todo un mártir siempre en los confines de mi mente); eso sí, de un modo hipotético, embrionario, a falta de pulir la idea tras batallar con mi pasión por el tacto y los cuerpos. En estas cábalas estaba, como digo, cuando hoy, cuatro de julio de dos mil doce, me he topado con una partícula de Dios, habitante de uno de mis átomos. Y no sé cómo, por lo despistado que suelo ser, pero he reparado en su imponente y microscópica presencia enseguida y la he considerado instantáneamente un interlocutor válido. Me cuenta que ha abandonado mi materia para pasear por el cosmos y, ya de paso, explicarme de una vez por todas por qué mi masa encefálica, al igual que la práctica totalidad de la materia del universo, no viaja a la velocidad de la luz, pero que en mi caso estoy cerca y que si sigo por esta vía, y no dejo de practicar el pensamiento sin control, la idea de Dios, exista Este o no, acabará por recluirme en un centro de meditación cuando menos hindú, cuando menos llamado Pranayama. Mi partícula de Dios, educada, se expresó en un sánscrito muy fluido, diría que coloquial, antes de volver a mi encéfalo. 

lunes, 2 de julio de 2012

Lunes 2 de julio de 2012... (varicela)

Percibo criaturas agazapadas en la oscuridad. Me siento asediado. Ocultas entre la vigilia y mis febriles sueños sus risas chirrían. A mi alrededor hay seres que emanan fétidos olores y objetos de los que brotan las más pérfidas sensaciones. De mi no emerge nada, soy ahora una sombra que alberga dolores, ideas, quejas y errores que se han enquistado en mi, cada minuto que pasa, por tanto, soy un ser más derrotado. Soy una sombra del que fui. Soy una sombra. Fui. Mis músculos no encuentran razones que induzcan al movimiento. Tanta inmovilidad es una atrofia que inunda mi geografía fea. Mi carne está salpicada por pústulas minúsculas a veces, volcánicas otras, que han traído el horror a este cuerpo que no reconozco. Parece como si en mí germinara una enfermedad contagiosa, pero yo sé bien que no, que lo que tengo es pena. Tristeza que pesa como un animal inerte, muerto, derrotado.

miércoles, 13 de junio de 2012

Miércoles, 13 de junio de 2012

Una conmoción repentina y, sin embargo, leve. Se trata de un movimiento suave del agua que tiembla ligeramente. El nivel de las ondas, perfectas y redondas, se eleva y percibo este cambio ligero en mi pecho desnudo. La temperatura en la que estoy sumergido me asciende unos milímetros. Allí donde termina el estanque, sobre los limpios azulejos de colores, la línea argentada del agua sube escasamente. Me encuentro observando el dibujo de las losetas de esta alberca. Son filigranas de grafismos árabes, aleyas que se retuercen en bellas formas, lacería varia y atauriques que me trasportan a ensoñaciones pacíficas. Veo estos hermosos azulejos a través de las aguas que son un espejo cristalino, son voces quietas y firmes. Sin embargo se produce el fenómeno nimio del que hablo. Por insignificante que sea me saca del ensimismamiento y la contemplación. Comprendo al instante, percibo una sombra, un cuerpo blanco desnudo, un sonido blando. Todo ello es una mujer que se ha sumergido junto a mí. No tengo nada más que decir.

martes, 12 de junio de 2012

Martes 12 de junio de 2012


                Simétricamente, como siempre, entré en casa a las diez y diez, depositando las llaves en el recipiente de cristal que está sobre la mesita de la entrada y que me regaló alguien hace mil mundos. Todos los días ha sido así y sin embargo en esta ocasión pensé en cuál habría sido la causa que consiguió apartarme de mi camino. No lo sé, sinceramente. Inicié esta reflexión sin razón o estímulo que lo justificara, fue algo espontáneo.  Miré el cuadro rojo, por tenerlo ante la vista, y brotó en mi mente así, sin más. Sospecho que esta cuestión la maduraba mi subconsciente tiempo atrás, mucho tiempo atrás, y, una vez elaborada, la lanzó contra mi conciencia en ese instante, sin previo aviso, porque había llegado el momento. Quedé al pronto parado ante mi cuadro; el de uno y medio por uno y medio, el rojo que pende de la pared de frente a la entrada y que pinté en un tiempo remoto ya. Meditando. Concluí que la razón no era relevante ahora, pues tengo cuarenta y cinco años, lo trascendente es si yo estaba dispuesto a retomar mi camino, el mío. Por agotamiento deseché mis reflexiones. Pero es curioso porque después, pasados unos días, me reencontré con una amiga que no veía desde hacía veinte años, un sol. Todo se inició con risas y abrazos y emociones sinceras, lamentos por el tiempo perdido y la firme voluntad de no volver a incurrir en el error de perder el contacto, finalmente mi amiga me dijo que le sorprendía enormemente que yo me hubiera apartado de mi camino. Ella me hacía viviendo mi propia vida, esa vida en la que los acontecimientos se sucedían conforme a lo estipulado. Según lo que extraje de nuestra conversación posterior esta mujer tenía la certeza de que su amigo, o sea yo, era un impostor, que estaba viviendo la vida de otra persona y que, probablemente, mi verdadera vida estaría abandonada, allá por Nueva York, manoseada por extraños, igualmente impostores. Defraudada, y poco menos que enfadada, me persuadió para que retomara la senda de lo conveniente y que no era otra cosa que recuperar mi vida, aunque no pudiera ser ya en el punto que la dejé. «Ay loquito, qué descuidado has sido». Al decir esto hizo un ademán jocoso con la mano que amenazaba con la posibilidad de darme un tortazo en el culo y un mohín encantador contrayendo su nariz. Si finalmente me topo con mi vida echaré de menos ese rostro lindo y sus ademanes. Dos días más tardes me encuentro unas fotos dentro de un libro viejo que ahora no sabría decir por qué buscaba. Azar o destino, no sé. Lo cierto es que en esas imágenes aparezco yo mismo viviendo mi vida, visto la ropa adecuada y me encuentro en el centro mismo de mi camino, equidistando de sus márgenes. Por último hace un instante ha sonado el timbre mientras me encontraba cocinando una dorada a la espalda, algo que a todas luces dista mucho de lo que se esperaba de mí antaño. Al abrir la puerta, como habrán adivinado, era mi propia vida en busca de su legítimo auriga, ese individuo que se había propuesto hace infinidad de tiempo hacer cosas a las que poder llamar vida…  

lunes, 6 de febrero de 2012

Lunes, 6 de febrero de 2012

... el pintor que reinventó el arte permanece inmortal en sus signos: cruces, aspas, humildes materiales y escasa variedad de color serán testigos del impulso creador de un hombre y yo quedaré para siempre impresionado ante la visión de una belleza tan sencilla, ante un equilibrio estético propio de un genio en su universo; a pesar de ello no deja de ser triste la marcha de Tapies, pues hará del mundo, sin duda, un lugar menos emotivo...

miércoles, 1 de febrero de 2012

Miercoles 1 de febrero de 2012

… puede que las sombras que se avecinan más allá de esta tarde sin nombre sean incapaces de cubrir con su deliciosa oscuridad los recuerdos. Puede que mañana amanezca de nuevo y mi mente lúcida y sucia renueve su industria en la vigilia. Pero yo puedo cortar mi lengua en pedazos y llevar cada uno de ellos a un extremo de la península ibérica para silenciar mi quejido, hacer del silencio mi orgullo y del dolor mi patrimonio…  

martes, 3 de enero de 2012

Miercoles, 4 de enero de 2012

            A primera hora de la mañana las luces muestran espacios acotados, realidades estanco. Uno tiene la impresión afortunada de toparse con escenarios inconexos donde se suceden teatrillos dispares. Luego el despertar definitivo y la velocidad del automóvil los va uniendo y así nace el nuevo día. Hoy, en mitad de la calzada, me he topado con un cadáver. Nada tétrico. No era un cuerpo, era sólo una idea. Nada trágico. No era una vida, era sólo una imagen fallecida. Siempre tuve la impresión de que la suerte no existe pero ese símbolo que rondó mi pasado ha muerto, lo he atropellado con mi coche esta mañana, con el impulso de un nuevo día. La idea tan arraigada en mi de que la suerte no existe rueda sin vida en una cuneta, pues ¿cómo llamar a las cosas buenas que te ocurren repentinamente?