Simétricamente,
como siempre, entré en casa a las diez y diez, depositando las llaves en el
recipiente de cristal que está sobre la mesita de la entrada y que me regaló
alguien hace mil mundos. Todos los días ha sido así y sin embargo en esta
ocasión pensé en cuál habría sido la causa que consiguió apartarme de mi camino.
No lo sé, sinceramente. Inicié esta reflexión sin razón o estímulo que lo
justificara, fue algo espontáneo. Miré
el cuadro rojo, por tenerlo ante la vista, y brotó en mi mente así, sin más. Sospecho
que esta cuestión la maduraba mi subconsciente tiempo atrás, mucho tiempo
atrás, y, una vez elaborada, la lanzó contra mi conciencia en ese instante, sin
previo aviso, porque había llegado el momento. Quedé al pronto parado ante mi
cuadro; el de uno y medio por uno y medio, el rojo que pende de la pared de
frente a la entrada y que pinté en un tiempo remoto ya. Meditando. Concluí que
la razón no era relevante ahora, pues tengo cuarenta y cinco años, lo
trascendente es si yo estaba dispuesto a retomar mi camino, el mío. Por
agotamiento deseché mis reflexiones. Pero es curioso porque después, pasados
unos días, me reencontré con una amiga que no veía desde hacía veinte años, un
sol. Todo se inició con risas y abrazos y emociones sinceras, lamentos por el
tiempo perdido y la firme voluntad de no volver a incurrir en el error de
perder el contacto, finalmente mi amiga me dijo que le sorprendía enormemente
que yo me hubiera apartado de mi camino. Ella me hacía viviendo mi propia vida,
esa vida en la que los acontecimientos se sucedían conforme a lo estipulado. Según
lo que extraje de nuestra conversación posterior esta mujer tenía la certeza de
que su amigo, o sea yo, era un impostor, que estaba viviendo la vida de otra
persona y que, probablemente, mi verdadera vida estaría abandonada, allá por
Nueva York, manoseada por extraños, igualmente impostores. Defraudada, y poco
menos que enfadada, me persuadió para que retomara la senda de lo conveniente y
que no era otra cosa que recuperar mi vida, aunque no pudiera ser ya en el
punto que la dejé. «Ay loquito, qué descuidado has sido». Al decir esto hizo un
ademán jocoso con la mano que amenazaba con la posibilidad de darme un tortazo
en el culo y un mohín encantador contrayendo su nariz. Si finalmente me topo
con mi vida echaré de menos ese rostro lindo y sus ademanes. Dos días más
tardes me encuentro unas fotos dentro de un libro viejo que ahora no sabría
decir por qué buscaba. Azar o destino, no sé. Lo cierto es que en esas imágenes
aparezco yo mismo viviendo mi vida, visto la ropa adecuada y me encuentro en el
centro mismo de mi camino, equidistando de sus márgenes. Por último hace un
instante ha sonado el timbre mientras me encontraba cocinando una dorada a la
espalda, algo que a todas luces dista mucho de lo que se esperaba de mí antaño.
Al abrir la puerta, como habrán adivinado, era mi propia vida en busca de su
legítimo auriga, ese individuo que se había propuesto hace infinidad de tiempo
hacer cosas a las que poder llamar vida…
No hay comentarios:
Publicar un comentario