Una conmoción repentina y, sin embargo, leve. Se
trata de un movimiento suave del agua que tiembla ligeramente. El nivel de las
ondas, perfectas y redondas, se eleva y percibo este cambio ligero en mi pecho
desnudo. La temperatura en la que estoy sumergido me asciende unos milímetros. Allí
donde termina el estanque, sobre los limpios azulejos de colores, la línea
argentada del agua sube escasamente. Me encuentro observando el dibujo de las losetas
de esta alberca. Son filigranas de grafismos árabes, aleyas que se retuercen en
bellas formas, lacería varia y atauriques que me trasportan a ensoñaciones
pacíficas. Veo estos hermosos azulejos a través de las aguas que son un espejo
cristalino, son voces quietas y firmes. Sin embargo se produce el fenómeno
nimio del que hablo. Por insignificante que sea me saca del ensimismamiento y la
contemplación. Comprendo al instante, percibo una sombra, un cuerpo blanco
desnudo, un sonido blando. Todo ello es una mujer que se ha sumergido junto a
mí. No tengo nada más que decir.
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