miércoles, 15 de diciembre de 2010

Miercoles 15 de diciembre de 2010

            He salido a caminar con la intención ridícula de encontrar en ello la solución a no sé qué cosa que me ocurre. Hace frío. Me gusta sentir dolor en las fosas nasales al respirar. Algo en mi me empuja a lesionarme, anhelo expiar un pecado ignoto. No conozco el motivo, la génesis de esta culpa, sólo sé que es un peso bruto y sólido instalado en los párpados carentes ya lágrimas que hagan más llevadero el parpadeo. El camino es otoñal y gélido, urbano; la luz de una farola lejana cae sobre el asfalto, es blanca, desapacible, casi metálica. Adivino en su proximidad una placa en forma de flecha indicativa. En su interior probablemente esté escrita la palabra desesperación y con certeza la referencia a la distancia será mínima.
            Una avecilla blanca e inmaculada yace en el suelo, junto a mis zapatos. Muerta. Toda la pena que puedo sentir me la debo a mi mismo. Con indolencia la pateo. Siento su plumaje y carne acartonada por el frío, como si no fuera real, que nunca hubiera sido un ser vivo; y me aferro a esa idea: quizá soy un espectro de cartón piedra y esto que me acontece no es vida.   

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