¿Quién
eres? Muéstrate ante mí, que yo pueda verte, echarte, pegarte, tirarte al váter
y, a mi vez, tirar de la cadena. Parece que no hay duda, eres un personaje de
novela. Pero ¿qué novela? Deja de atormentarme, sal de mi cabeza —como diría
Jero Romero: puedes salir por donde pone entrar—. Todos queremos existir, pero
en serio te lo digo, busca a alguien que realmente te pueda dar vida, mi pluma
te arrastraría por un fango oscuro que es mejor no conocer, por una desnudez
que quizá no estés dispuesto a mostrar. Es cierto que en otro tiempo te podría haber
hecho vivir aventuras culminadas por sonrisas repletas de dientes blanquísimos
y elipses pronunciadísimas. No es este tiempo. No me atormentes. Te intuyo como
yo, con tu mirada verde y el entrecejo descuidado —de vez en cuando deberías
proponer a Isabel que con su pericia y sus pinzas dignificara la imagen de tu
rostro—, sé que yo, en mi bisoñez, te construiría pequeño. Aunque no con un
aspecto del todo desagradable sí con tu escasa estatura, tu pobreza de miras y cierto
gusto por la ropa desenfadada. De verdad huye, empezaría a escarbar, arrancarte
cada prenda que te abriga, cada capa de temor que te cubre. No te muestres, haz
algo útil con tu cobardía, eres un hombre hecho a semejanza de un dios
igualmente cobarde. Creo adivinar cierta propensión a la desmedida
autoflagelación. Déjame en paz, por favor. Sal de ahí. Márchate. Déjame. Déjame
ser sin ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario