… el
paulatino paso de los coches desplaza la nieve a ambos márgenes de la calzada,
allí se agolpa sucia y fea, lo que permite reflexionar sobre la pureza de las
emociones que acabamos abandonando ajadas y sin lustre alguno, inútiles y
desgastadas. Como la nieve, cada sentimiento novedoso y desbordante, cada
emoción, es inicialmente blanca y luminosa, pura y lustrosa, inmaculada, e inunda
el camino y hace de su tránsito un acto más pausado y necesario, hermoso. La
emoción comienza por ser un universo acotado y nevado en cuyo interior habita
un impulso cálido. Sin embargo todo acaba siendo contaminado, nuevas emociones,
miedos, desencuentros, van lastrando, apocando y ensuciando un sentimiento que
fue puro. Ya no es válido ese pobre sentimiento y nuestro impulso vital se
acelera para dejarlo atrás, abandonado a los márgenes contaminados de la vida.
Esa nieve sucia queda arrinconada como un despojo en nuestro pasado. En mitad
de esto hube de dar un volantazo, pues mi reflexión, junto al impulso propio de
quien se niega a abandonar un sentimiento, me llevaba hipnotizado hacia esa
nieve despojada de toda luz, excremento de mis últimas emociones, y allí, junto
a ella, estaba el bordillo elevado. A pesar de la maniobra la goma de la rueda
delantera se hundió sobre éste que golpeó la llanta con estrépito. Tanto mi
coche como yo sabíamos que nada había sido zanjado. Contra la luna delantera me
fui a golpear, justo allí, en la cabeza, donde aún era blanco el recuerdo de mi
amiga. Aturdido por el golpe no reparaba en la imposibilidad de mi pretensión: me
había bajado del vehículo y con la botella de agua vertía agua sobre la nieve
sucia con la intención de lavarla, pero se disipaba. Aún recuerdo con dolor mi
llanto desconsolado…
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