… sería
por el año dos mil catorce, sin ningún propósito firme ni consciente comencé a
dejar que me brotara la barba a lo silvestre y a vestir con ropa desenfadada, calzado
modesto, vaqueros y camisas generalmente de cuadros. Sin saber cómo o por qué
me habitué a cantar canciones en inglés, idioma desconocido hasta entonces, y a
rasgar una acústica que no sé en qué momento llegó a mis manos. Las canciones
hablaban de trivialidades pero se adaptaban al ritmo de la guitarra con soltura
matemática. Entonces tampoco había oído jamás la palabra «indi» y sin embargo
me familiaricé con ella, la dejaba caer en las conversaciones al principio
forzadamente, y finalmente con autoridad. Esta época coincidió curiosamente con
mi abandono del propósito universal inaudito y presente en cada individuo en su
génesis: la búsqueda de la felicidad. Curiosamente nunca me sentí más en paz
que entonces, cuando renuncié a la más descabellada de las empresas inscritas
en la materia gris de los seres humanos. Arribar a cima tan inexpugnable había
sido un propósito diario que pesaba sobre mis hombres escuetos con tanto peso
que día tras día era constatado ese fracaso a eso de las once menos cuarto, entre
la media hora de pilates y los veinticinco minutos de lectura de la obra
completa de Aleksandr Pushkin, cuando regularmente, y eso iba a misa, hacía entonces balance de
mis logros y fracasos. Jamás alcancé ese estado de nirvana en la Tierra, pero
renunciar a él, esa pérdida, me supuso respirar a pulmón lleno por primera vez;
pude constatar que ser perdedor no es tan triste como anuncian las series
televisivas norteamericanas. Ahora había cierto orden en mí, cantaba bellas
canciones, vivía en un apartamento escueto de la sexta con Madison y comía con
cierta gula el contenido de múltiples latas de conservas. Recuerdo que una de estas
latas que cayó en mis ávidas manos era de la marca Campbell's y, en aquel Nueva
York en todo parecido a una gran manzana en que vivía, pude evocar a aquel
buscador de felicidad tan pop que fui.
Hasta hoy no había vuelto a pensar en la felicidad. Gracias Andy...
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