martes, 28 de diciembre de 2010

Martes 28 de diciembre de 2010

            Caminar. Vuelvo a mi idea recurrente. Veo mis pies andando por un piso de asfalto; el calzado polvoriento implica que llevo tiempo haciéndolo. Llevo unas botas color mostaza, viejas y fuertes. Esta incesante actividad, que nunca me agota, es sueño, no lo dudo. En el entorno de mi paso firme flota un silencio grato, anterior a un misterio que habrá de desentrañarse en el futuro. Me circunda una luminosidad escueta, todo parece gris. En ese espacio onírico persigo un fin y no desfallezco: alcanzar la inocencia. Tengo claro que ésta, una vez entre mis manos, habrá de ser de color frío. Pero no sé si quiero estar libre de culpa o, quizá, saberme cándido, fácil de engañar. A priori la palabra en sí, sus sonidos, es lo que pretendo alcanzar. Persigo un símbolo, la idea que éste encierra puede que se descubra a sí misma después. Al fin para mí. Ahora mi obsesión es alcanzar la inocencia. La palabra. Azul.

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